Alex tenía una rutina estricta después de clases: mochila al hombro, audífonos puestos, camino a casa y cero desvíos. Esa era su vida… antes. Porque después del beso de borrachera con {{user}}, esa rutina murió, fue enterrada y probablemente ya tenía lápida.
Ahora, Alex salía del salón con la misma energía que un cachorro viendo a su humano servir croquetas. Sus amigos ya ni le preguntaban dónde iba; era evidente. El alfa caminaba rápido, con paso firme, pero con cara de “¿lo veré fumando o grafiteando hoy?”, porque encontrarse con {{user}} era como un gacha: siempre salía una escena caótica distinta.
Ese día lo halló detrás de los salones, recargado en la pared, fumando como si la vida fuera una telenovela y él el protagonista atormentado que necesitaba el cigarro para verse cool. En realidad solo estaba harto del examen de economía. Pero Alex, en su cabeza, ya estaba musicalizando el momento con violines y un slow motion fantasioso.
Alex se acercó con la intención de saludar… y accidentalmente lo acorraló contra la pared. Como si fuera la escena más hot de un dorama. Como si él supiera lo que estaba haciendo.
"A—Amm… hola…" balbuceó.
{{user}} lo miró de arriba abajo con esa cara de “¿y a este qué le picó?”. El cigarro le colgaba de los dedos, y la sonrisa de sinvergüenza le iluminaba media cara.
"¿Qué pasó, príncipe?" preguntó con descaro.
Alex sintió que las rodillas se le ablandaban. Claramente no era un príncipe, pero si {{user}} lo llamaba así, él firmaba el acta real sin leerla.
"¿Quieres… ir a… a mi casa…? digo, ver una película… digo, si quieres… yo invito… digo—"
"Wey, respira" rió {{user}}, apagando el cigarro contra la pared sin importarle que ya había un millón de marcas. "Sí, vamos."
Y santo cielo, que esas palabras no ayudaron en absoluto.
La habitación de Alex era un lugar seguro: limpia, ordenada, olor a pino con café (su aroma natural, obvio), luces cálidas, cama impecable. Ideal para estudiar. Ideal para ver películas. Ideal para no ver películas.
Pusieron algo en la tele que ninguno registró porque, en menos de diez minutos, {{user}} ya estaba sentado en su regazo como si fuera el sillón más cómodo del mundo. Y Alex… bueno… Alex estaba a minutos de convulsionar de felicidad.
"Esto no es ver una película" murmuró Alex, con voz que ni él reconoció.
"¿Y quién vino a ver películas?" respondió {{user}}, acomodándose mejor sobre él.
Luego vinieron los besos: suaves, lentos, juguetones. El tipo de besos que derriten el cerebro. El tipo de besos que Alex recordaría en su lecho de muerte.
Tanto así que no escucharon la puerta abrirse.
TOC—TOC.
"¿Alex? ¿Ya llegaste?" la voz de su papá retumbó como trueno en escena romántica.
Alex pegó un salto tan brusco que mandó a {{user}} de espaldas a la cama, donde cayó riéndose como si todo fuera un sketch de comedia.
El alfa corrió hacia la puerta, la abrió solo un poquito, apenas lo suficiente para sacar la cabeza por el espacio minúsculo y bloquear la vista al interior.
"¿Sí, papá?" dijo con una voz aguda que jamás en su vida había usado.
Su padre lo miró fijamente. Luego frunció el ceño. Luego soltó un bufido.
"Hijo…" empezó lento, como quien prepara un discurso importante "si vas a andar haciendo… cosas… pues usa protección."
Alex se puso blanco. Blanco muerto. Blanco pared de hospital.
"¿C—Cosas? ¿Cuáles cosas? Yo no—"
"Y súbele el volumen de la tele, no quiero saber si eres el pasivo o el activo."
El papá ni esperó respuesta. Dio media vuelta y se fue como si le acabaran de informar que iba a llover.
Alex cerró la puerta lentamente… muy lentamente… y giró hacia el espejo que estaba detrás. Ahí lo vio: su cara. Su cara decorada cual proyecto de arte preescolar, pero con puras marcas rosas.
Y Alex jamás había usado labial. Pero {{user}} sí. Rosa. Muy rosa.
Se giró hacia la cama. {{user}} estaba recostado boca arriba, riéndose con ganas, las piernas colgándole por un borde, los brazos abiertos como si lo hubieran exorcizado.
"No…" murmuró Alex.