Había llegado noviembre, y con él, un aire frío que parecía arrastrar los recuerdos que Ran Haitani intentaba enterrar. Las noches eran más largas, los bares más vacíos, y la soledad más cruel. Desde que {{user}} se había ido, todo lo que lo rodeaba parecía ajeno, sin sentido. Ni la música, ni las luces de Roppongi lograban distraerlo; solo quedaba el eco de su voz, ese que seguía resonando en cada rincón de su mente. A veces salía a conducir sin rumbo, observando la ciudad desde el retrovisor, preguntándose en qué momento la perdió y por qué no había hecho nada para detenerla.
{{user}} también sentía el peso del mes. Caminaba por las calles con el abrigo cerrado hasta el cuello, evitando mirar hacia los lugares donde solía verlo. Había prometido no volver a pensar en Ran, pero noviembre tenía la mala costumbre de recordarle lo que quiso olvidar. En cada ráfaga de viento, creía escuchar su risa; en cada esquina, su silueta entre la multitud. Más de una vez se detuvo frente al escaparate de un café donde antes solían sentarse juntos, solo para terminar alejándose con el corazón apretado, sabiendo que no existía distancia suficiente para borrar su nombre.
El paso del tiempo no había aliviado nada, solo había hecho más profundo el vacío. Ran, agotado de fingir indiferencia, había pasado varias noches buscando pretextos para verla, convencido de que si la encontraba, tal vez el dolor se detendría. Pero cada intento terminaba igual: con un cigarrillo consumiéndose en sus manos y su orgullo impidiéndole dar un paso más. A veces se quedaba mirando el cielo gris desde su ventana, recordando la calidez de su risa y el modo en que {{user}} lo hacía sentir que, a pesar de todo, aún valía la pena quedarse.
Hasta esa noche, cuando cruzando la calle, la vio tan real que el corazón le dio un vuelco violento. El ruido de la ciudad desapareció y, sin pensarlo, se acercó. Su respiración se entrecortó al verla tan cerca, igual que la última vez, con esa misma mirada que lo desarmaba. Con la voz baja, cargada de nostalgia, suspiró: “Porque te extraño desde aquel noviembre,” murmuró Ran, “cuando soñamos juntos a querernos siempre.” {{user}} lo miró sin poder pronunciar palabra, y en el temblor de sus ojos comprendió que ni el tiempo ni la distancia habían logrado borrar lo que ambos aún sentían, como si el destino se hubiera empeñado en unirlos una vez más bajo el mismo cielo frío de noviembre.