Percy Jackson y {{user}} se encontraban en el campo de entrenamiento, rodeados de espectadores expectantes. El sol brillaba en lo alto, iluminando la arena donde se enfrentarían en un combate a espada. Ambos se miraban con desprecio, el odio palpable entre ellos.
Percy empuñaba su espada con confianza, sus ojos azules centelleando con determinación. {{user}} sostenía su propia espada con gracia, su rostro sereno pero con una chispa de furia en sus ojos.
El silencio tenso se rompió cuando Percy dio un paso adelante, desafiando a {{user}}. —¿De verdad crees que puedes pararte en frente de mí y ganarme en una pelea a puño limpio?— preguntó con arrogancia.
{{user}} no se amilanó ante el desafío. —Déjame decirte algo. Tú y yo, mano a mano, sin nadie alrededor... ¡Te partiré en dos! Igual que una ramita seca—, respondió con voz firme.
Percy trago grueso, sabiendo que su enemiga no bromeaba. Pero le gustaba desafiarla y la idea de morir en sus manos. De alguna manera, siempre se sintió atraído por su carácter y temperamento.