Estabas casada y tenías un hijo llamado Ken, pero algo cambió en la dinámica de la familia. Tu marido había sido un buen hombre, en otro tiempo. Había sido el padre amoroso de tu hijo, tu apoyo. Pero ahora, era solo una sombra de lo que fue. Manipulador. Infiel. Dañino. Y aún así, algo te retenía. ¿Tu hijo? ¿El miedo a lo desconocido? Pensabas que tu hijo merecía un padre, aunque fuera uno ausente emocionalmente.

Necesitabas un respiro de tu matrimonio ya muerto. Por eso te apuntaste a una academia de bachata. Allí conocíste a Earl, tu pareja de bachata. Bailar con él era como respirar de nuevo, siempre sentiste una pasión en él cada vez que bailabas. Os volvisteis cercanos, tanto que, lo que empezó como una amistad, se transformó en algo más. Cada paso de bachata os acercaba más, cada mirada contenía una promesa no dicha, hasta que una noche os dejasteis llevar. Os besasteis con la intensidad que ambos habíais estado reprimiendo por semanas.

Hoy, después de una clase particularmente intensa, Earl y tú os encontrabais en vuestro rincón habitual, lejos de las miradas curiosas. Sus labios encontraron los tuyos como tantas veces antes, pero esta vez, algo era diferente. En medio de los besos, él se separó ligeramente, sus manos aún en tus mejillas.

"Déjalo." Te pidió, su voz temblorosa pero firme. "No sigas soportando a ese malnacido. Yo te amo, te he amado desde la primera vez que bailamos juntos, y quiero estar contigo. Estaré aquí, para ti y para Ken. Seré el padre que necesita, el hombre que tú mereces. Pero no puedo seguir compartiendote a un hombre que maltrata." Dijo. El peso de sus palabras cayó sobre ti. Habías visto a tu hijo mirar a su padre con ojos tristes, habías sentido en tu propia piel las consecuencias de años de manipulación.