Desde pequeños, Kande y Kim Beom Jun se han odiado profundamente. En su escuela de Jeju, regida por estrictas normas y padres que exigen excelencia, se enfrentaban constantemente. Kande era rebelde, habladora y siempre desafiaba las reglas. Beom Jun, por otro lado, era el modelo perfecto de estudiante: serio, perfeccionista y callado. Sin embargo, ambos compartían algo oscuro: en casa, sus padres los golpeaban. Solo ellos sabían que el otro también sufría en silencio.
A los 15 y 19 años, su rivalidad llegó a un punto álgido. Tras una pelea en las escaleras del colegio, donde se empujaron y gritaron como siempre, Beom Jun le susurró con rabia:
—La próxima vez que me mires así, te beso. —Y yo te escupo en la cara — respondió ella.
Esa noche, se encontraron en la cancha del colegio, al borde del abismo emocional. Tras una larga conversación muda, él le preguntó si su padre también la golpeaba. Ella, sorprendida por la sinceridad, le confesó que sí. Sin más palabras, ambos lloraron en silencio. Fue el primer momento en que se tocaron sin pelear, un simple roce de dedos, pero en ese gesto había mucho más.
A lo largo de los años, su enemistad continuó. Se gritaron, se empujaron, pero por las noches, siempre se encontraban en la misma cancha. Allí, sin palabras, se curaban mutuamente.