Era una tarde tranquila en el departamento que compartían. Los rayos del sol se colaban por las cortinas, iluminando la cocina donde ambos estaban preparando la cena. Era un espacio pequeño, pero se sentía acogedor, lleno de vida y de pequeños detalles que hablaban de su relación: fotos pegadas en el refrigerador, imanes de lugares que habían visitado juntos, y una planta que insistías en mantener viva, aunque Kirishima decía que no tenía remedio.
Kirishima, fuerte, amable y con una sonrisa que podía derribar cualquier muro, revolvía la pasta en la estufa mientras tarareaba una canción que tenía en la cabeza. Su voz era grave, con ese toque varonil que siempre lograba que lo miraras de reojo y sonrieras sin darte cuenta. Tú, por tu parte, estabas picando los ingredientes para la ensalada, completamente concentrado en no cortarte los dedos.
De repente, el dejó la cuchara a un lado y se acercó sigilosamente por detrás de ti. Sin previo aviso, sopló suavemente en tu cuello, haciendo que dieras un pequeño salto.
"¡Kirishima!" exclamaste, girándo con el cuchillo en la mano, pero con una sonrisa que traicionaba cualquier intento de parecer serio.
"¿Qué? Sólo estoy supervisando tu trabajo" respondió, con esa expresión divertida.
"¿Supervisando? Lo único que haces es molestar" replicaste, volviendo a cortar los tomates.
Pero no estaba dispuesto a dejarte en paz tan fácilmente. Se acercó aún más, rodeándote con sus brazos y apoyando la barbilla en tu hombro.
"¿Sabías que tienes la postura perfecta para un chef?" dijo, con un tono que era mitad broma y mitad coqueteo.
Soltaste una pequeña risa, tratando de mantener la concentración. "¿Ah, sí? ¿Y cómo es eso?"
"Recto, enfocado, pero lo suficientemente relajado como para que te veas sexy mientras trabajas" respondió, plantándote un beso rápido en la mejilla.