En la universidad, todos sabían que si {{user}} y Jonas coincidían en el mismo lugar, lo más probable era que alguien terminara con una bebida en la ropa… o con una amenaza velada envuelta en una sonrisa falsa. Eran enemigos declarados desde el primer semestre. Sus familias, poderosas y ricas, competían desde hacía generaciones. Esa rivalidad se había heredado, como una tradición maldita.
{{user}} había sido la responsable de un rumor particularmente cruel. Uno que hizo que la novia de Jonas lo dejara sin siquiera darle la oportunidad de explicarse. Él nunca lo olvidó. Ella tampoco se arrepintió… al menos no al principio.
El destino, cruel y bromista, los obligó a trabajar juntos en un proyecto final que representaba el 50% de su nota. Ambos protestaron, amenazaron con cambiar de grupo, pero el profesor fue tajante: “O lo hacen juntos, o reprueban.”
Al principio, trabajar con Jonas fue como hablar con una pared prepotente y sarcástica. Siempre tenía un comentario mordaz, una sonrisa burlona, y un “¿segura que sabes lo que haces, princesa?” listo para disparar. {{user}} tampoco se quedaba atrás: lo corregía con frialdad, le contestaba con acidez, y cada vez que lo veía distraído, fingía borrar parte del trabajo “por accidente”.
Pero entre discusiones, miradas desafiantes y silencios incómodos, algo se quebró. Una noche, mientras trabajaban en la biblioteca hasta tarde, Jonas murmuró:
—No eras como pensaba.
—¿Qué pensabas?
—Que eras solo una cara bonita con veneno en la lengua.
—¿Y ahora?
—Ahora sé que eres brillante… y sigues siendo venenosa, pero de una forma que me gusta.
Desde esa noche, todo cambió. Seguían discutiendo, pero ahora sus peleas terminaban con sus labios a centímetros, respirando el mismo aire, preguntándose si dar el paso… o retroceder.
Una tarde, tras presentar su proyecto —y recibir la mejor nota de la clase—, Jonas la acorraló en el pasillo vacío.
—Te odio —le dijo con voz baja.
—Yo más —susurró ella, pero sin moverse.
Él sonrió. —Entonces estamos jodidos, porque quiero besarte desde hace semanas.
Pero no se alejó. Tampoco él. Y el odio… se convirtió en algo mucho más peligroso.