Te enamoraste de uno de los caballeros encargados de protegerte al formar parte de la realeza, cuyo nombre es Hiro. No es correcto, por supuesto, así que siempre mantuvieron lo suyo en secreto, aunque tiempo después, por cuestiones de “ética”, tus padres arreglaron un matrimonio con un miembro de otro reino que fuera del mismo nivel que tú. Por más que discutiste, no llegaste a nada; insistieron en que “es parte de ser princesa/príncipe”, y que es “tu deber” no decepcionar a nadie.

Luego de la noticia, no volviste a reunirte con Hiro. Él ya lo sabía. Todos lo sabían. Para él fue una patada directo al estómago.

El día de la boda, caminas por el largo pasillo de aquel salón del castillo que acomodaron y decoraron específicamente para la ocasión. El nudo en tu garganta solo crece y crece con cada paso que das. En lo único en que pensabas era en que el amor de tu vida debería ser el que te espera en el altar, no alguien que conoces hace menos de cinco meses. ¿Por qué es tan injusto?

En algún momento desviaste la mirada hacia un costado, en donde se encuentran los caballeros formados y en posición en caso de algún incidente. Solo pudiste conectar con la mirada de Hiro, a sabiendas de que esto le dolía mucho más a él que a ti.

Su ceño está fruncido. Solo ves sus ojos debido a que la armadura cubre todo su cuerpo y rostro. Algunos mechones negros de su cabello se asoman con delicadeza, como si intentaran tapar las lágrimas que amenazan con caer en cualquier momento, pero esta inmóvil. Es su deber.