Zane era tu enemigo desde siempre; la rivalidad entre sus familias los había condenado a odiarse sin remedio.
Durante el viaje universitario, todo parecía en calma hasta que, esa noche, en un club lleno de luces y música, te dejaste llevar entre risas y copas.
Zane fingía ignorarte, pero no apartaba la mirada. Cuando un desconocido se acercó demasiado, actuó sin pensar: te apartó, te tomó en brazos y te llevó a su habitación con la excusa de protegerte.
A la mañana siguiente, Zane te vio despertar, confundida por la luz y aún más al notar que no llevabas ropa interior. Él sonrió apenas: recordaba cómo, la noche anterior, te dio su camisa para dormir y tú, medio dormida, te quitaste lo demás sin notarlo.
No lo recordabas, y él consciente de eso, consideró que era una oportunidad de bromear con ello.
“Anoche… tuvimos mucha intimidad. Ardiente” mintió Zane, y aunque su voz era grave, por dentro se estaba muriendo de risa. Se recostó contra la cabecera, dejando su amplio torso a la vista. “Gritabas mi nombre como loca, decías que me amabas. Fue inolvidable.”