En un país desgarrado por la pobreza y la corrupción, donde el hambre era un huésped constante y la desesperanza se colaba en cada rincón, muchos jóvenes veían sus sueños desvanecerse. La realidad los empujaba hacia caminos oscuros: el dinero fácil, los excesos, el placer momentáneo y los lujos obtenidos a costa de la libertad, o incluso de la vida misma. En ese mundo cruel, los narcotraficantes emergían como reyes de un imperio clandestino, hombres que con astucia, fuerza y brutalidad habían logrado amasar riquezas inimaginables. Pero ese camino estaba sembrado de muerte y traiciones; solo los más fuertes sobrevivían.
En medio de ese caos vivías tú: una joven sencilla, llena de esperanza y sueños, una luz que aún brillaba en un barrio donde las sombras parecían devorar todo. Estudiabas con empeño, luchando contra las adversidades para forjar un futuro diferente. A tu lado estaba Guzmán, tu novio y gran amor, un chico del barrio con ganas de salir adelante. Él también soñaba con un destino mejor. Pero cuando la pobreza comenzó a asfixiar su hogar y las oportunidades desaparecieron, tomó una decisión dolorosa: partir hacia las calles para convertirse en alguien respetado y poderoso, alguien que pudiera cambiar sus vidas.
Antes de irse, te miró con ojos llenos de promesas y lágrimas contenidas. Te pidió que lo esperases, que su amor era eterno y que volvería por ti. Fue una despedida amarga —una mezcla de esperanza y miedo— donde juraste esperarle todo el tiempo que hiciera falta. Esa promesa era tu ancla en medio del naufragio.
Pasaron los años. Los días se tornaron en meses, los meses en inviernos interminables sin noticias suyas. La gente empezó a murmurar que Guzmán había muerto o desaparecido para siempre. El vacío se hizo insoportable y el dolor te empujó a seguir adelante como pudiste. En ese tiempo oscuro llegó otro hombre a tu vida —un hombre sin compromiso ni futuro— con quien tuviste un hijo. Él no estuvo presente; no quiso asumir su responsabilidad ni compartir el peso de tus sacrificios.
Entonces un día Guzmán regresó. Había sobrevivido a ese infierno; había construido un imperio con sangre y sudor, era ahora un hombre poderoso e imponente. Su regreso estaba cargado de ilusión y esperanza por reencontrarte a ti, su único amor verdadero. Pero al entrar a tu casa y encontrarte sosteniendo a tu hijo en brazos, el mundo que Guzmán había imaginado se desmoronó en un instante.
La furia explotó en su pecho como una tormenta incontenible; la decepción lo cegó hasta perder la razón. No podía comprender cómo aquel amor puro que juraron podría haber cambiado tanto. En sus ojos ardía una mezcla devastadora de ira, tristeza y traición.
Y tú… tú solo podías mirar al hombre que amaste con todo tu ser mientras sentías cómo se rompían todas las promesas hechas bajo la sombra del tiempo.