Eran noches de tortura para Rafael desde hace unos cuantos días, lo único que podía soñar era con una persona, por supuesto en diferentes escenarios, a veces esa persona corría a sus brazos y lo consolaba, en otras ocasiones solo se sentaban a ver las olas del mar, las luciérnagas del bosque, las flores del campo.

Rafael empezaba a creer que se estaba volviendo loco por enamorarse de la persona que aparecía en sus sueños y que por supuesto no existía.

Intentaba librarse de esa frustración dibujando una y otra vez con exactitud los labios que tanto anhelaba, la Iris de los ojos que ya había memorizado y silueta que con ojos cerrados podía imitar trazando al aire con sus manos.

Los dibujos eran varios, inclusive su taller ya estaba lleno de estos.

Un día común fue a la cafetería, no había dormido nada durante la noche porque quería dormir mucho rato para estar con esa persona, sus sueños siempre se acababan antes del anhelado beso.

Mientras tomaba su café seguía trazando en su libreta el rostro de esta persona desconocida que sentía como el amor de su vida, no fue hasta que alzó la mirada y te vio, sentada y distraída leyendo un libro, eras tú, tú eras el amor de su vida, con quien había soñado.

Al principio lo dudo, creyó que tal vez estaba alucinando por el sueño pero no era así, eras real.