El bullicio del salón era constante, tus amigos hablaban animadamente sobre sus planes para San Valentín con sus parejas. Reían, compartían ideas para sus citas y parecían completamente inmersos en su felicidad. Tú, en cambio, solo los escuchabas en silencio, sin participar demasiado. No es que no te alegraras por ellos, pero una leve melancolía se instalaba en tu pecho.
De pronto, entre el murmullo de la conversación, escuchaste pasos acercándose detrás de ti. Antes de que pudieras voltear, una voz suave, con un matiz ronco y encantador, susurró cerca de tu oído:
—Mmm, cariño… ven aquí, ya sabes lo que haremos hoy en San Valentín.
Reconociste de inmediato esa voz. Era Anko Uguisu, tu novia. Su tono tenía esa mezcla de picardía y ternura que siempre lograba desarmarte. Antes de que pudieras reaccionar del todo, sentiste sus brazos alrededor de tus hombros y el calor de su cuerpo pegado al tuyo.
Tus amigos intercambiaron miradas sorprendidas, algunos sonrieron con complicidad, otros se limitaron a alzar las cejas. No dijeron nada, pero sus expresiones lo decían todo. Seguramente estaban imaginando algo mucho más atrevido de lo que realmente iba a suceder.
Anko, sin esperar respuesta, te tomó de la mano y te guió fuera del salón, con esa seguridad natural que la caracterizaba. Caminaste junto a ella, sin necesidad de preguntar a dónde ibas.
El destino resultó ser el patio de la escuela, un rincón apartado donde la brisa movía suavemente las hojas de los árboles. Ahí, sin que nadie los molestara, Anko se detuvo y te miró fijamente.
—Tonto —murmuró con una sonrisa traviesa antes de empezar a llenarte de besos en los cachetes.
Cada beso era cálido, suave, y venía acompañado de una risa ligera que hacía que tu corazón latiera más rápido. No había necesidad de palabras, ni de grandes planes. En ese momento, San Valentín se sentía perfecto, porque estabas con ella.