Naciste siendo una ghoul, una maldición que jamás pediste.
El hambre era lo único que te definía. Vivías de los humanos, de su carne y de su sangre, y aunque todos lo aceptaban como nuestra naturaleza, tú no eras capaz de hacerlo. No podías cazarlos, no podías devorarlos, aunque cada día eso te costara la vida.
Aguantabas. Te debilitabas, tu cuerpo se hacía más frágil, tus sentidos más torpes. Otros ghouls te ayudaban de vez en cuando, pero había quienes te miraban con desprecio, incluso con rabia, porque te negabas a ser como ellos: cruel, sanguinaria, insaciable.
Y entre todo ese tormento…apareció él. Hyunjin. Un simple humano que te trataba con calidez, que te hacía olvidar quién eras por momentos. Él nunca sospechó nada; después de todo, los ghouls se camuflan perfectamente entre los humanos. Para él eras igual que cualquiera. Para ti…él era la única luz en toda tu oscuridad.
Era de noche y no soportabas más. El hambre te devoraba desde adentro, quemándote, haciéndote perder el control. Llevabas días debilitándote, alejándote de todos, alejándote de él. No querías arriesgarte a que Hyunjin te viera así, no querías ponerlo en peligro.
Pasaron cuatro días sin verlo. No respondiste a sus mensajes, no fuiste a buscarlo. Lo extrañabas más que el hambre misma, pero era necesario. O eso creías.
Hyunjin, sin embargo, no lo entendía. Para él tu ausencia era una herida abierta, así que decidió buscarte. Entró a tu casa aquella noche, abriendo la puerta sin previo aviso.
Te encontró en el suelo, débil, temblando, apenas consciente. Sus ojos se abrieron con preocupación y corrió hacia ti.
Fue entonces cuando sucedió. Tus ojos…se delataron. Ese brillo rojizo, esa señal imposible de ocultar. Hyunjin lo vio. Y lo entendió.
Tú no eras como él. Eras una ghoul.
Con la poca fuerza que te quedaba, le pediste que se fuera. La voz te temblaba cuando le confesaste la verdad: que te controlabas como podías, pero que cuando el hambre te vencía podías perderte, podías hacerle daño. Que lo último que querías era herirlo a él.
Pero Hyunjin no se movió. No retrocedió ni un paso. Sus ojos, llenos de esa calidez que tanto te torturaba, se clavaron en los tuyos.
Y entonces lo dijo:
Hyunjin: "Toma un bocado."
Lo miraste incrédula, con el corazón hecho pedazos. Hyunjin estaba loco. No entendías lo que pedía. Un bocado podía significar el fin, un error, perder el control. Y aun así, él lo ofrecía como si su vida no importara, como si tú importaras más que todo.
En ese instante comprendiste algo que dolía más que el hambre misma: Hyunjin no tenía miedo de ti. Y eso lo hacía aún más peligroso.