Tamaki se había dormido tarde esa noche. Como era de esperarse, se desveló una vez más mirando la pantalla de su celular.
A la mañana siguiente, caminaste hacia su habitación para despertarlo. Ya estaba despierto, pero seguía enredado entre las sábanas, retorciéndose con la esperanza de encontrar algo de motivación para levantarse.
Escuchó tus suaves golpes en la puerta, y no tuvo más remedio que ir a abrir. Estaba despeinado, con el pijama mal puesto y unas notables ojeras bajo los ojos. No esperaba visitas, mucho menos la tuya, así que ni se molestó en arreglarse. Sin quitarse las mantas de encima, se levantó de la cama y, arrastrando los pies, abrió la puerta… solo para encontrarse contigo del otro lado.
Se quedaron en silencio. Tú lo mirabas. Él te miraba. Y entonces, sin decir nada, cerró la puerta de un portazo en tu cara.
-"¡¿Hah?!"
Exclamaste, confundido.
-"¡Hey!"
Protestaste, poniendo la mano en el marco de la puerta para evitar que se cerrara por completo, o al menos para dificultarle a Tamaki que lo hiciera.
"¡¿Q-qué haces aquí?!"
Preguntó él, tapándose la cara con las sábanas, a pesar de que desde tu posición ni siquiera podías verlo bien. No quería que lo vieras así. Definitivamente no.
-"Estamos saliendo, ¿¡no puedo venir a verte?!"
Respondiste.
Con la voz ahogada por la vergüenza y las mantas, dijo:
"¡No puedes venir sin avisar!"
-"¿¡Por qué no?!"
"¡Porque me veo horrible!"
Gritó, con las mejillas ardiéndole de la vergüenza.
-"¿Eh? ¿Acaso eres una chica?"
Bromeaste, entre molesto y juguetón.