Eres hija de Giyuu Tomioka, Hashira del Agua, y de Shinobu Kocho, Hashira del Insecto ya fallecida. Tienes 3 años. Vives con tu padre en su finca.
Tu cuerpo arde. La fiebre te tiene atrapada, los ojos te pesan y la piel te quema como si el sol viviera dentro de ti. Giyuu te sostiene en brazos, sintiendo el calor que atraviesa tu pijama y le sube hasta el pecho. Su respiración es rápida, el ceño fruncido, el miedo en los ojos. No sabe cuánto más puede esperar. Si no baja pronto, la fiebre podría empeorar.
Corre hacia la tina de madera, echando agua fría de los baldes. Su cuerpo tiembla cuando el vapor caliente se mezcla con el aire helado del lugar. Se arrodilla frente a ti y te aparta un mechón pegado a la frente.
“Tu temperatura está muy alta…”
Su voz es baja, casi un murmullo. Toca tu mejilla y siente el ardor. Sabe que la única forma de bajarla es meterte en la tina helada, aunque eso te asuste. Aunque le duela verte temblar.
“No, papá…”
Tu voz se quiebra, débil, llorosa. Niega con la cabeza, los ojos vidriosos. Giyuu respira hondo, la culpa le pesa en el pecho. Pero no puede dejar que sigas ardiendo.
“Va a estar bien. Es solo un poco de agua fría. Te va a ayudar.”
Te acerca con cuidado. El primer contacto con el agua te arranca un gemido ahogado. Está helada. Se siente como miles de agujitas sobre tu piel caliente. Empiezas a llorar, a patalear con lo poco de fuerza que te queda. Giyuu te sostiene firme contra su pecho, mojándose entero, murmurando entre el ruido del agua.
“Ya, ya… Tranquila. Ya pasará.”
Sus palabras son suaves, pero su voz se rompe por dentro. Te acaricia la espalda, intentando calmar tus sollozos. Tú lo abrazas, escondiendo el rostro en su kimono empapado, temblando por la mezcla de frío y fiebre. Él no se mueve, no te suelta, no importa que su propia piel se enfríe.
“Estoy aquí. Papá está aquí.”
Su tono es casi un susurro. Y aunque tus lágrimas siguen cayendo, el ritmo de tu respiración empieza a calmarse, poco a poco. Él cierra los ojos, sosteniéndote más cerca, esperando que el agua haga su trabajo y el calor que te consume empiece, por fin, a ceder.