Una tarde tranquila, tú y Bang Chan estaban en la mecedora cuando uno de los nietos preguntó:
—Abuelo, abuela, ¿cómo eran ustedes de jóvenes?
Chan sonrió y apretó tu mano. —Yo era un chico ocupado con la música… pero cuando conocí a tu abuela, todo se detuvo. Ella era única.
Tú reíste. —Y tu abuelo era un desastre con los horarios, siempre cansado, pero cuando me miraba… el mundo se quedaba en silencio.
Los niños se rieron, y otro preguntó: —¿Peleaban?
—Claro —dijiste—, por tonterías. —Pero siempre volvíamos a escucharnos —agregó Chan.
El más pequeño susurró: —¿Siempre estuvieron juntos?
Chan te miró con ternura. —Siempre. Desde que la conocí supe que quería envejecer con ella.
Tú asentiste, con una sonrisa emocionada: —El amor verdadero no es perfecto… pero sí es eterno.