La noche comenzaba a caer lentamente. El cielo se teñía de tonos azul oscuro y púrpura mientras el grupo, exhausto tras el encuentro con Equidna, caminaba en silencio a lo largo del río Estigia. Las ramas crujían bajo los pies y el frío del atardecer comenzaba a filtrarse entre la ropa mojada y el cansancio.
—Deberíamos acampar aquí —sugirió Grover, señalando un claro entre los árboles. —Estoy de acuerdo —añadió Annabeth mientras dejaba su mochila con brusquedad—. Ya tuvimos suficiente por hoy.
Sin esperar respuesta, comenzaron a levantar las carpas. Tú te sentaste junto al tronco de un árbol, con una manta sobre los hombros, aún con la piel helada por lo ocurrido en el río.
Percy y Grover armaron la fogata y cuando el fuego estuvo crepitando, todos se reunieron alrededor, buscando calor.
—¿Cómo estás? —te preguntó Percy, ofreciéndote una botella con agua. —Viva, así que… no tan mal —respondiste, sin querer mirarlo del todo.
Grover sacó la comida de las mochilas: pan, trozos de queso, galletas medio rotas y algunas frutas pasadas. Todos comieron en silencio al principio, hasta que él rompió la tensión.
—Bueno… si alguien me hubiera dicho esta mañana que terminaríamos casi ahogados y enfrentando a la mamá de todos los monstruos, no le habría creído.
—¿Casi ahogados? Ella fue la que casi se muere —intervino Annabeth, mirándote de reojo.
—Y tú casi te desmayas cuando Percy le dio respiración boca a boca —agregó Grover con una risita.
Annabeth se puso tensa. Percy bajó la cabeza y tú solo fingiste concentrarte en tu pedazo de pan.
—Fue lo que tenía que hacer —murmuró Percy.
Terminada la cena, cada uno se fue a su respectiva carpa. Tú fuiste la primera en acostarte, dándoles la espalda a todos mientras te acomodabas en el saco. El cuerpo aún dolía, pero lo que más quemaba era el recuerdo del momento bajo el agua.
Desde fuera, escuchaste la voz de Percy: —Buenas noches.
Pasaron unos minutos. El campamento parecía tranquilo hasta que escuchaste pasos acercándose. Annabeth se cruzó justo frente a Percy.
—¿Dónde crees que vas? —Con ella. Lo de hoy fue fuerte, y no quiero que vuelva a pasar —respondió él con calma—. Solo voy a mantenerla caliente.
No dijiste nada. Fingiste estar dormida.
La cremallera de la carpa se abrió y él se metió con cuidado. El espacio era reducido. Su cuerpo se acomodó justo detrás del tuyo. Lo sentiste rodearte con el brazo y pegarse completamente, su respiración cálida contra tu cuello.
—¿Estás enojada porque te di respiración boca a boca? —susurró.
No contestaste. Solo soltaste un suspiro leve.
Entonces, él besó tu mejilla.
Se acurrucó aún más, como buscando permiso.
—Bueno soy un cobarde, se que no era ni el lugar ni el momento pero moría por besarte y tal vez era mi última oportunidad.