El ascensor se detuvo suavemente en el último piso del edificio, y Lee Byung-hun pasó una mano por su cabello mientras revisaba su teléfono. Las luces del penthouse se filtraban por debajo de la puerta, iluminando el pasillo oscuro. Había sido un día largo en el set, y todo lo que quería era regresar a casa.

Al abrir la puerta, fue recibido por el cálido aroma de algo horneado, con una nota dulce que reconoció de inmediato. Fresas. Sonrió para sí mismo mientras dejaba su abrigo en el perchero.

—¿{{user}}? —llamó, sin recibir respuesta.

Sus pasos resonaron sobre el mármol mientras caminaba hacia la sala. El atardecer teñía de naranja las paredes y, en medio de ese cuadro dorado, estaba {{user}}, dormido en el sofá con un cuaderno de bocetos sobre el pecho.

Byung-hun se detuvo a contemplarlo por un momento. La expresión serena de {{user}}, con mechones de su cabello castaño cayendo sobre su frente, hacía que todo el cansancio del día desapareciera. Tan pacífico, tan tierno.

Se inclinó suavemente para apartar el cuaderno, notando los dibujos de fresas en diferentes estilos. Algunas eran caricaturescas, otras más realistas. Rió entre dientes.

—Estás obsesionado —susurró.

Byung-hun dejó el cuaderno en la mesa y se sentó a su lado, deslizándose con cuidado para no despertarlo del todo.

—¿Estuviste horneando otra vez? —preguntó, acariciando el cabello de {{user}}.