Era curioso cómo Jungkook podía parecer tan rudo y despreocupado frente a los demás, pero a su lado siempre terminaba revelando facetas que nadie más conocía. {{user}} lo había notado desde hace tiempo: su obsesión con su cuello.
No importaba si estaban viendo una película, caminando por la calle o simplemente conversando en la sala, en algún momento Jungkook terminaba con la nariz hundida en esa zona, con los labios rozando suavemente la piel, como si fuera un refugio que solo él podía reclamar.
— ¿Otra vez? —murmuró {{user}} entre risas una tarde, cuando Jungkook se inclinó sobre el sofá, apartando su cabello para pegar su rostro contra su cuello.
— Shhh… no digas nada —susurró él, como un niño que guarda un secreto—. Es que aquí hueles diferente… como a hogar.
A ella le daban cosquillas sus respiraciones, la forma en que murmuraba contra su piel, como si el mundo se redujera a esa pequeña zona que tanto lo fascinaba. No era un gesto apasionado ni lascivo; era más bien su manera de demostrar cariño, de decir te daría el mundo entero sin necesidad de palabras.
En público también lo hacía. Si alguien se acercaba demasiado, Jungkook rodeaba su cintura con el brazo y bajaba su cabeza hacia su cuello, apoyando la barbilla allí con un aire posesivo. Ella siempre se ruborizaba, porque sabía que era su forma de marcar territorio sin tener que decirlo.
Una noche, mientras ambos estaban acostados, ella se giró para mirarlo con una sonrisa traviesa. — Jungkook… ¿sabes que tienes un fetiche raro?
Él levantó una ceja, pero no apartó su rostro de su cuello. — ¿Raro? No es raro… es lindo —contestó con naturalidad, cerrando los ojos como si ese rincón de su piel fuera el sitio más seguro del planeta.
Y así era. Jungkook encontraba paz ahí donde otros no veían nada especial. Para él, su cuello era un refugio, un ancla, una promesa silenciosa de que {{user}} siempre estaría a su lado.