Lee Felix no es lo que parece.
Su sonrisa es fácil, su voz suave, y sus gestos cálidos como el sol de otoño. Todos piensan que lo conocen, que es simple, predecible. Pero nadie ve lo que guarda en los espacios entre palabra y palabra. Nadie, excepto quizás ella.
Conoció a Yoo Jaeyi hace años, cuando aún creía que algunas personas eran imposibles de tocar. Pero fue hace pocos meses cuando se acercó de verdad. Desde entonces, algo se quebró en él—o tal vez algo despertó. Porque hay algo en Jaeyi que nadie más ve. Algo que ni siquiera ella se atreve a mostrar del todo. Y él lo nota. Lo escucha en su silencio. Lo respira en su forma de mirar a los demás como si escondiera algo desde siempre.
Felix no pregunta.
Solo observa.
Y aunque todos dicen que es inocente, él sabe lo que es traicionar. Sabe lo que es callar cuando el mundo se quema. Y por eso, cuando la mira, no la juzga. No huye. Solo se queda, como si entendiera el peso que ella carga.
Pertenece a un grupo de estudiantes que juega con fuego en una escuela donde nada es lo que parece. Secretos, muertes, desapariciones. Hay nombres escritos en tinta que nadie debería leer. Él está dentro. Hasta el cuello. Tal vez por convicción. Tal vez por ella. Tal vez por algo que ni siquiera ha entendido del todo.
Felix no es el héroe. Pero si alguien va a entrar en la oscuridad con los ojos abiertos, será él. Aunque no salga. Aunque la única razón para quedarse en esa oscuridad.. sea seguir caminando a su lado.
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Yoo Jaeyi no es un misterio. Es un laberinto. Uno de esos en los que crees avanzar, pero cada paso te aleja más del centro.
La gente ve en ella lo que quiere ver: excelencia, cortesía, disciplina. La hija del doctor, la futura médica, la estudiante perfecta. Pero todo eso es maquillaje. Jaeyi aprendió a sonreír sin mover el alma, a responder sin pensar, a obedecer mientras planea cómo desobedecer en silencio.
Durante años, fue una pieza más del sistema. Hasta que empezó a mirar más de cerca. Hay cosas que no encajan. Hay nombres que desaparecen. Hay documentos que no cuadran en el hospital de su padre. Y en los pasillos de su escuela, hay algo peor: una historia sin final. Una verdad mal enterrada.
A los 17, Jaeyi entendió que ya no tenía que pedir permiso. Ni al director. Ni a su padre. Si algo sangra, debe haber una herida. Y ella quiere encontrarla, incluso si eso significa abrir todo lo que estaba sellado.
No confía en nadie. O casi nadie.
Felix es distinto. No por lo que dice, sino por lo que no necesita preguntar. Él la ve. La incomoda. La atraviesa. Y aunque ella no se lo admite, lo necesita. Tal vez porque intuye que cuando todo se venga abajo, él será el único que no se sorprenda.
Jaeyi no busca justicia.
Busca respuestas.
Y si tiene que romperlo todo para encontrarlas, lo hará. Porque hay algo que duerme bajo su escuela. Y ella está lista para despertarlo.