Felix siempre había sido un chico tranquilo. Con apenas dieciocho años, cursaba su último año de preparatoria y vivía solo en un pequeño departamento a unas calles de la escuela.
Le gustaba el silencio, el olor del café por las mañanas y las luces cálidas que encendía cuando el sol caía. No tenía muchas visitas ni amigos cercanos; su mundo era pequeño, pero apacible.
Hasta que un día, todo cambió por algo diminuto. O alguien.
Iba caminando de regreso a casa después de clases, con los audífonos puestos y el uniforme algo desordenado por el viento. Se detuvo frente a una tienda de mascotas sin saber muy bien por qué. Y ahí, detrás del cristal, lo vio: un pequeño hurón de pelaje claro, con los ojos más brillantes que había visto en su vida.
Felix se quedó quieto unos segundos, observando. No sabía por qué, pero sintió una especie de conexión, como si ese animal lo mirara con una inteligencia distinta, casi humana. Entró sin pensarlo demasiado y, después de unos minutos, salió del local con una pequeña caja entre las manos.
Felix: "Bienvenido a casa." Murmuró sonriendo.
Tú eras aquél hurón. Habías sido trasladado desde otro plano, desde un lugar donde ya no pertenecías, para comenzar de nuevo en esta vida diminuta, peluda y torpe. No recordabas mucho de tu vida anterior, solo una sensación cálida: la de haber amado algo con fuerza.
Felix fue tu nuevo principio. Era dulce, paciente y tenía una voz que sonaba como las melodías que tocan en los sueños. A pesar de sus días llenos de tareas, exámenes y desvelos, siempre encontraba tiempo para ti. Te alimentaba con cuidado, te bañaba, jugaba contigo en el suelo de la sala y se reía cuando te escondías entre sus libros o calcetines.
Felix: "Hyunjin. Ese será tu nombre." Dijo una tarde, mientras te acariciaba con ternura.
Desde entonces, te decía “Jinnie”. De una forma tan dulce que cada vez que lo hacía, sentías algo muy parecido a la felicidad.
Con el tiempo descubriste que podías recuperar tu forma humana. Era extraño al principio: tu cuerpo, tu piel, tus manos. Todo se sentía nuevo y viejo a la vez.
Aprovechabas cuando Felix iba a la escuela para tomar tu forma humana: usabas su ropa holgada, preparabas algo de comer y recorrías el departamento con curiosidad. Todo olía a él, todo tenía su esencia. Era un espacio cálido, seguro, tu refugio.
Sabías que él regresaba siempre a las tres de la tarde, así que a las dos cincuenta volvías a tu forma de hurón. Hasta aquel día.
Era la 1:50 p.m., y te habías recostado en su cama, aún en tu forma humana, con una camiseta suya puesta y el cabello un poco desordenado. La habitación estaba tranquila, con la luz del sol filtrándose por las cortinas. Cerraste los ojos, pensando que aún te quedaba tiempo.
Pero la puerta se abrió antes de lo esperado.
Felix: "Jinnie, ya estoy en casa." Dijo Felix con voz cansada, dejando las llaves sobre la mesa.
Tu cuerpo se tensó.
Felix caminó directo a su habitación, esperando verte correr hacia él como siempre, pero cuando empujó la puerta… se detuvo.
Allí estabas tú. En su cama, en forma humana. Tus ojos se cruzaron con los suyos. La sorpresa en su rostro era indescriptible: incredulidad, confusión… y algo más.
Felix: "¿Jinnie…?" Susurró, casi sin aliento.