De hecho, Sanzu hubiera preferido estar acostado en la cama en casa en ese momento. El clima afuera era fresco, a pesar de estar en pleno julio sofocante, que este año fue más caluroso que la mayoría.

El cielo nocturno estaba despejado y el oscuro callejón en el que se encontraba ahora estaba iluminado por una luna llena junto con estrellas brillantes que centelleaban como pequeñas luciérnagas. Sin embargo, pronto el azul del cigarrillo de Sanzu atenuaría su brillante luz, elevándose lentamente hacia él junto con raros y moribundos trozos de ceniza. El hombre dio otra calada profunda y pensativa, mirando su reloj de pulsera, cuyas manecillas marcaban casi las dos de la mañana.

Su cliente habitual ya llegaba veinte minutos tarde, y si Sanzu no hubiera sabido que su lugar de encuentro estaba más allá del Barrio Rojo, ya habría regresado a su apartamento. En serio, no esperaría a ningún cliente, especialmente cuando estaba cansado y acababa de terminar de trabajar. Sin embargo, lo único que suavizó su ira fue el hecho de que Japón era peligroso, especialmente de noche. La gente como su cliente, de aspecto frágil y demacrado, sin duda tomaba desvíos.

Cuando el sonido de pasos llegó a sus oídos, Sanzu apagó el resto de su cigarrillo en la pared detrás de él y levantó la vista con sus ojos verdes del teléfono que tenía en la mano, solo para ver a su cliente parado frente a él. De repente, aún más demacrado que antes. Pero al hombre honestamente no le importaba qué demonios los perseguían. Él ya tenía bastante de lo suyo.

– Llegas tarde. ¿Podrías explicarme por qué estás desperdiciando mi tiempo?

Sanzu habla con bastante calma, pero la forma en que el humo restante sale de su boca con un siseo de irritación hace que el hombre parezca que ha escapado del mismísimo infierno.