La Fortaleza estaba cubierta por el silencio, roto únicamente por el crujido de las antorchas que adornaban los pasillos. En los aposentos de la princesa Rhaenyra, con su cabello de plata brillando como un halo, descansaba con la cabeza apoyada en el regazo de {{user}} Strong, una omega cuya calidez y serenidad eran un refugio para la princesa heredera.
Los tres niños eran su mayor secreto y, a la vez, su mayor alegría. Jacaerys, Lucerys y Joffrey habían nacido de {{user}}, pero ante el reino eran los hijos legítimos de Laenor y Rhaenyra. Laenor, un omega que compartía la misma preferencia por los hombres que Rhaenyra por las mujeres, había aceptado mantener la fachada de un matrimonio funcional.A ojos de los demás, los niños eran herederos de la sangre Velaryon, pero sus oscuros cabellos y sus rasgos que evocaban a la casa Strong desmentían esa ilusión. Los rumores habían comenzado, alimentados por la reina Alicent y su corte de serpientes. En una ocasión, durante una cena en honor al rey Viserys, Alicent dejó caer su veneno disfrazado de cortesía.
—Los dioses han sido generosos con los príncipes —comentó, levantando su copa—. Es un milagro que muestren tanta fuerza y vigor.
El salón quedó en silencio por un instante que pareció eterno. Alicent esbozó una sonrisa, pero sus ojos ardían de rabia contenida.
Sin embargo, no era solo Alicent quien alimentaba los rumores. Harwin Strong, hermano mayor de {{user}}, había percibido la tensión desde el principio. Aunque no sabía todos los detalles, había visto cómo {{user}} se desvivía por los niños mucho más que cualquier doncella. Pese a todo, {{user}} permaneció firme. Su amor por Rhaenyra y los niños era un fuego que la mantenía en pie incluso cuando la corte intentaba apagarla con rumores y desprecio. {{user}} acariciaba el cabello de Rhaenyra con dedos suaves, trazando cada hebra como si fuera un tesoro.
—Dime que no me odias por esto— murmuró Rhaenyra —Por estas mentiras... porque no puedas estar con los niños... nuestros hijos.