Percy y Annabeth eran una de esas historias que todos en el campamento daban por sentadas. Dos héroes que habían sobrevivido juntos al inframundo, a titanes, a dioses… ¿qué podía separarlos ahora? Pero el destino, caprichoso como siempre, tenía otros planes.
Todo cambió el día que {{user}} llegó al campamento.
Desde el primer momento, ella y Percy chocaron como fuego y agua. Sus discusiones eran legendarias, sus miradas, dagas en silencio. Pero detrás de ese “odio mutuo”, había algo que Percy se negaba a admitir incluso ante sí mismo: ella lo desarmaba. Le provocaba algo que ni Annabeth, con todo su brillo y perfección, lograba despertar.
Cada vez que ella aparecía, su corazón se aceleraba. Y él odiaba eso. Odiaba perder el control. Por eso la evitaba, por eso la miraba mal. Porque temía lo que sentía.
Esa noche hubo una fiesta en el campamento. Risas, hogueras, música. Percy estaba junto a Annabeth, sonriendo distraídamente, intentando convencerse de que todo era como siempre. Hasta que la vio.
Entró con la luz del fuego reflejándose en su cabello, su vestido sencillo moviéndose con la brisa. Percy tragó saliva, tratando de ignorar cómo su cuerpo entero se tensaba. Fingió escuchar a Annabeth, pero sus ojos la buscaban una y otra vez, sin poder evitarlo.
Finalmente, no soportó más.
—Voy por agua, ya vuelvo —murmuró, apartándose con torpeza.
Cruzó la multitud, hasta alcanzarla. La tomó del brazo con más fuerza de la que pretendía y la llevó a un rincón apartado, lejos de las risas y las luces.
—¿Qué demonios te pasa? —explotó ella, intentando soltarse.
—Podría preguntarte lo mismo —replicó él, con la voz cargada de frustración—. Llegas, y todo se vuelve un caos.
—Pues no tendrás que soportarlo mucho tiempo —dijo ella, alzando la barbilla—. ¡Volveré a Roma mañana!
Percy la miró fijamente. Por un instante, su rabia pareció quebrarse, reemplazada por algo más profundo, más vulnerable. Dio un paso hacia ella, su respiración entrecortada.
—¡No es lo suficientemente lejos! —exclamó con un tono más alto, con la voz temblando entre enojo y deseo— ¿Crees que hay algún rincón en la tierra lo bastante lejos para liberarme de este tormento? Eres la ruina de mi existencia… y el objeto de todos mis deseos.
Por primera vez, no hubo insultos. Solo esa verdad cruda, peligrosa y hermosa que ninguno de los dos quiso admitir hasta entonces.