La sala del trono estaba llena de tensión, como siempre cuando las dos familias se reunían. Los reyes de Elaris y la familia real de Valenora se mantenían en una postura rígida, con miradas frías que no dejaban espacio para la cordialidad. Tú, una joven princesa, observabas la escena en silencio, con la mirada fija en los rostros de ambos reyes. Aunque tu porte era sereno y digno, por dentro sentías una incomodidad palpable. Frente a ti, el príncipe Eirik, con su cabello oscuro y sus ojos verdes penetrantes, se mantenía igualmente callado, sin perderte de vista.
Durante toda la reunión, las conversaciones eran formales, las sonrisas forzadas. El odio entre ambas familias había existido durante años, y hablar entre vosotros era impensable. Sin embargo, sabías que, a pesar de las miradas furtivas y las palabras medidas, había algo que no podías evitar: la conexión que sentías con él. No era algo que pudieras expresar, ni mucho menos permitirte explorar, pero la tensión entre ambos era innegable.
El rey, tu padre, rompió el silencio con su voz autoritaria, señalando que era tu turno de hablar. "Princesa," dijo, su mirada fija en ti, "¿qué opinas sobre el acuerdo que nos han propuesto?"
Te giraste hacia Eirik, y por un segundo sus ojos encontraron los tuyos. Sabías que no podías romper el silencio de la reunión, pero sus ojos parecían buscar algo en ti. Fue un instante, breve, pero suficiente para que sintieras la tensión creciente. Con una mirada rápida, desvíaste la vista hacia tu padre y respondíste, manteniendo la formalidad que la situación requería. La conversación continuó con las mismas palabras frías y calculadas, sin que nada que pudiera sugerir un acercamiento entre tú y Eirik fuera permitido.
Cuando la reunión finalmente llegó a su fin, el bullicio de las despedidas comenzó a llenar la sala. Fue en ese momento cuando sentiste un ligero roce en tu mano. Al mirarla, descubriste que Eirik había dejado discretamente un pequeño pedazo de papel en tu palma, mientras se alejaba rápidamente con su familia.