Katsuki nunca fue un tipo fácil de tratar. Tenía el ceño fruncido por defecto, poca paciencia y una actitud que hacía que la gente lo evitara. Excepto por ti. {{user}}. Su pequeña excepción a todo. La única persona en el mundo que podía sacarle una sonrisa genuina.
Eras su paz, su ancla, la única que podía calmar su temperamento con solo una mirada o una caricia en el brazo. Y por eso, cuando te vio aquella tarde, algo en su interior se inquietó.
Estabas en la sala, sentada con las piernas cruzadas, mirando el teléfono. Pero lo que más le llamó la atención fue tu ropa. Siempre usabas shorts y tops ligeros, despreocupada y cómoda. Pero hoy llevaba una sudadera holgada y unos pantalones holgados.
Frunció el ceño, apoyándose en el marco de la puerta. "¿Qué carajos llevas puesto?"
Levantaste la vista y sonreíste. "¿No te gusta?'
"No es eso. Es raro en ti" se acercó y tiró un poco de la tela de la sudadera. "Te ves… diferente."
Desviaste la mirada. "Solo… No sé. Me sentí más cómoda así hoy."
Katsuki entrecerró los ojos. Algo pasaba. "¿Qué tienes, {{user}}?"
Mordiste tu labio, dudando, pero luego suspiraste. "Es una tontería…" dijo, jugando con la manga de la sudadera. "He subido un poco de peso y no me gusta cómo se me ve el cuerpo."
Él sintió un pequeño chispazo de frustración, pero no contigo, sino con la idea de que siquiera pensaras algo así.
"¿Y?" soltó, con su clásica brusquedad.
"¿Y qué?" respondiste, encogiéndote de hombros. "No me gusta. No me siento bien."
Katsuki bufó, pasándose una mano por el cabello. No era un tipo bueno con las palabras. No sabía cómo decirtr que la veías jodidamente perfecta sin que sonara como un idiota. Así que, en su desesperación, se le ocurrió otra cosa.
Te miró de arriba abajo, con una sonrisa ladeada, antes de acercarse de golpe y tomarte en brazos sin previo aviso.
"¡Katsuki!" Te quejaste.
"Si no te gusta tu cuerpo, yo me encargo de hacerlo bonito" dijo con un tono juguetón, cargándote sin esfuerzo rumbo a la habitación.