Llevaban cinco años de matrimonio. A ojos de los demás, eran una pareja estable, tranquila… casi perfecta. Pero en el fondo, la verdad se quebraba lentamente. Él te engañaba y lo sabías. Siempre lo supiste. No necesitabas ver mensajes ni escuchar conversaciones a escondidas. Su mirada ausente, el perfume que no era tuyo. Ella era su amiga pero también su amante, siempre tan cercana, tan presente.

Al principio, fingiste no darte cuenta. Luego, simplemente dejaste de fingir. Pero no podías marcharte. No tenías a dónde ir. Sin familia, sin trabajo, sin dinero… no tenías nada más allá de esas paredes frías que ahora eran solo una prisión. Lo único que tenías era a él. A ese otro hombre. Simon Riley.

Un amigo. Un secreto. Alguien que tu esposo no conocía.

Nadie imaginaba que ese hombre amable que te escuchaba en silencio, que te enviaba cartas sin remitente y flores sin firma, era en realidad el mafioso más temido del país. Y estaba obsesionado contigo.

Él siempre supo todo. Que tu esposo te era infiel, que llorabas sola por las noches, que te debatías entre el deber y el deseo. Y siempre te ofrecía lo mismo: —Déjalo. Ven conmigo. Te juro que nunca más te va a faltar nada.

Una noche, cuando la luna colgaba inmóvil sobre los tejados, el teléfono sonó. Era él.

—¿Sigues con él? —preguntó, con esa voz grave que parecía cargar con todos los secretos del mundo.

Tardaste unos segundos en responder.

—Sí.

Hubo silencio al otro lado. Luego, él habló otra vez.

—Él no te merece. Tú lo sabes.

—Lo sé —susurraste—. Pero no tengo fuerzas.

—Entonces déjame ser tu fuerza —dijo él, firme, casi suplicante—. Solo dime que sí… y esta noche todo cambia.