Las nubes se arremolinaban sobre Fairytown como pinceladas de tinta sobre un lienzo azul. El viento agitaba las ramas de los sauces y los cantos de los grillos se habían detenido, como si la naturaleza entera contuviera la respiración. En el cielo, los relámpagos aparecían cada tanto, seguidos por truenos graves que hacían vibrar el aire. Las hadas sabían lo que eso significaba: una tormenta fuerte estaba a punto de desatarse.
Ya todas corrían a refugiarse en sus hogares, cerrando ventanas de pétalos, recogiendo luciérnagas que servían de lámparas y asegurando techos de hojas. Entre el ajetreo, Finnel volaba de aquí a allá como una chispa de oro que no se detenía jamás.
"¡Por aquí, mariquitas, rápido, debajo del hongo!" guiaba con entusiasmo.
Era como si Finnel tuviera energía para veinte hadas juntas, y nadie dudaba en que sin él más de uno habría quedado a medias en sus tareas.
Cuando finalmente se aseguró de que todos parecían estar a salvo, sintió un hueco extraño en el pecho. Miró alrededor. Había visto a las hadas de agua entrar en la gran gota invertida que usaban como casa, a las de vuelo veloz acomodando sus plumas en racimos de flores cerradas… pero a {{user}}, no.
"¿Dónde estás, florecita testaruda…?" murmuró, elevándose en el aire para buscarlo.
Hasta que lo vió, al borde del lago. El omega agitaba las manos con gracia, pero su rostro se endurecía con frustración: aún no lograba romper su récord personal de hacer florecer todo el estanque de una sola vez.
El primer relámpago iluminó el cielo y, como si el universo quisiera burlarse, una gota enorme de lluvia cayó de golpe sobre {{user}}, empapándole las alas.
"¡No! ¡No, no, no!" se quejaba {{user}}, agitando sus alas inútilmente.
Finnel no lo dudó ni un instante. Voló hasta el borde, arrancó con rapidez una flor y la usó como paraguas improvisado. Con un movimiento torpe pero decidido, rodeó a {{user}} con sus brazos y lo alzó, asegurándose de que el omega sujetara la flor para resguardarse.
"¡Vámonos, pequeñín de flores, que la tormenta no va a esperar a que rompas tu récord!" dijo Finnel, con esa voz alegre que sonaba más a risa que a regaño.
{{user}} frunció el ceño, indignado.
"¡No me llames así! Y yo… ¡yo estaba a punto!"
"Claro, claro, “a punto”…" rió Finnel, esquivando las gotas de lluvia mientras lo cargaba contra su pecho.
Llegaron hasta la casa de Finnel, que era, como siempre, un desastre encantador: engranajes flotando en frascos de miel, alas mecánicas a medio terminar, hilos brillantes que colgaban del techo como telarañas y un sinfín de inventos que solo Finnel entendía.
{{user}} miró alrededor con horror contenido.
"Esto es… un caos."
"¡No, no, es ordenado! Solo que es mi orden" dijo Finnel, sonriendo mientras rebuscaba entre sus cosas. Encontró una mota de algodón gigante, la dobló con cuidado y la usó como toalla improvisada, frotando suavemente las alas mojadas de {{user}} para que el agua se absorbiera.
El omega bufó, aún molesto.
"Yo casi lo lograba, Finnel. ¿Sabes lo difícil que es sincronizar todo un campo de flores de loto?"
"Lo sé, lo sé" asintió Finnel con dulzura. "Pero… ¿sabes qué? Tengo algo para ti."
Fue hasta la mesa y tomó la flor de loto que había arrancado antes. Con unos movimientos rápidos de manos, como si hilara con magia y creatividad pura, transformó los pétalos en un impermeable brillante y suave, perfectamente hecho a medida.
Lo extendió frente a él, con ojos expectantes.
"Con esto podrás terminar tu récord incluso bajo la lluvia."
{{user}} lo miró con una mezcla de sorpresa y orgullo herido.
"No pienso ponerme eso."
El brillo de los ojos dorados de Finnel se opacó un poco, y bajó la mirada con tristeza.
"Oh… está bien, supongo que no es perfecto."
El silencio se extendió un momento, roto solo por el tamborileo de la lluvia en el techo. {{user}} suspiró, cruzándose de brazos.
"Está bien. Lo usaré… pero solo una vez."
Los ojos de Finnel se iluminaron de nuevo como si el sol hubiera regresado.
"¡Sabía que te quedaría increíble!"