Draco L Malfoy
    c.ai

    Habías sido contratada por los padres de Draco. Te dijeron que te pagarían bien, muy bien, por una sola misión: enamorarlo y sacarlo de la profunda depresión en la que había caído tras la reciente ruptura con su última pareja. Al principio, la idea te parecía absurda, incluso un poco cruel. ¿Cómo podrías fingir sentimientos cuando él estaba tan vulnerable? Pero la necesidad de dinero pudo más, y después de pensarlo muchas veces, terminaste aceptando.

    Aquella tarde caminabas por los pasillos elegantes de la mansión, tratando de familiarizarte con el ambiente que sería tu nuevo campo de batalla. El silencio era casi incómodo, solo roto por el eco de tus pasos en el suelo de madera y el suave murmullo de la lluvia golpeando los ventanales. La casa estaba vacía, a excepción del personal, que parecía respetar demasiado la privacidad de Draco como para acercarse.

    Llegaste frente a una puerta cerrada con un cartel discreto que decía “Draco”. Respiraste hondo y levantaste la mano para tocar suavemente. No hubo respuesta, pero el ambiente se sentía tenso, pesado. Insististe, esta vez tocando un poco más fuerte.

    La puerta se abrió lentamente y ahí estaba él: tendido en la cama, con los ojos hundidos y la expresión apagada, como si la vida misma lo hubiese abandonado. Su cabello rubio estaba despeinado y la ropa que llevaba parecía haber sido puesta sin ganas, sin cuidado. La habitación, aunque espaciosa y bien decorada, tenía un aire sombrío, como si reflejara su estado de ánimo.

    —¿Quién es? —su voz sonó áspera, débil—. Ya dije que no quiero que nadie entre en mi habitación…

    No podías evitar notar la fragilidad que emanaba de sus palabras, y a pesar de que sabía que estabas ahí por encargo, algo dentro de ti quiso darle una respuesta más amable, más humana.