Estabas frente al micrófono, ajustando el soporte con las manos temblorosas mientras el ingeniero de sonido te daba la señal tras el cristal. Un año había pasado desde que Simon, con el rostro endurecido por la disciplina pero los ojos cargados de una tristeza, te dijo que lo mejor era terminar.
—No podemos pedirle a Sienna que crezca en una maleta o en un cuartel— te había dicho él aquella última noche, acariciando tu rostro. Tú solo pudiste asentir, guardando el nombre de esa hija imaginaria.
A miles de kilómetros, el Teniente Simon se encontraba en una base polvorienta, limpiando su equipo bajo la luz. Un soldado raso encendió una vieja radio para llenar el silencio del búnker, y de repente, una melodía inundó el lugar. Simon se quedó petrificado; conocía ese tono, esa voz.
—Silencio... sube el volumen— ordenó Simon con una voz que no admitía réplicas, tu voz comenzaba a relatar la historia de una niña que nunca llegó a nacer.
Soltaste el primer verso, sintiendo que le hablabas directamente a él a través del tiempo:
—Sienna,Se vería igual que tú,hubiera sido lindo...— cantaste, dejando que el dolor de la gira solitaria y la ausencia de sus brazos se transformaran en música.
En la base, Simon cerró los ojos, ocultando su mirada tras la sombra de su gorra mientras tus palabras lo golpeaban con la fuerza de una emboscada. Por un segundo, ya no era un oficial al mando, sino el hombre que una vez soñó con ser padre a tu lado.