Desde que lo viste, supiste que había algo en él que no ibas a poder ignorar. König, el nuevo chico de intercambio. Un austriaco de gran estatura. Caminaba con ese paso firme que hacía que todos se apartaran. Y tú… lo mirabas. En silencio. fascinada.

Decían que se estaba preparando para el ejército. Algunos le temían. Pero tú solo pensabas en cómo sería tener ese cuerpo encima del tuyo.

Jamás cruzaron una palabra. Hasta que una noche, en una pijamada con tus amigas jugaron a verdad o reto, y claro, elegiste reto. Grave error.

—Vamos a escribirle a König dijo una, sonriendo. —Algo que lo provoque y lo deje duro. añadió otra, mientras tomaban tu celular.

Aunque te negaras ya era tarde. Escribieron y enviaron ''Cada vez que te miro pienso en cómo se sentiría tener esas manos grandes en mi cuello… y tu boca donde nadie más ha estado.” Tus mejillas ardían al ver que lo había leído pero no respondió.

Al día siguiente, pensaste que todo quedaría como una broma. Pero al salir de clase, ahí estaba él. Esperándote. Inclinó la cabeza, en un gesto para que lo siguieras y lo hiciste. Caminaron por los pasillos hasta quedar solos. Entonces se acerco a ti.

—¿Qué pretendías lograr con ese mensaje? su voz era grave. No pudiste contestar. Solo lo miraste. Mientras apretabas las piernas. Y entonces, él habló de nuevo, más cerca de tu oído. —Puedo darte eso... puedo cumplir cada una de tus fantasías hasta hacer que te olvides de tu nombre mientras gimes el mío con la boca llena de mí.

Sin pensarlo, tu mano subió a su pecho. Sentiste como se tenso bajo la tela. —¿Estás seguro que podrías conmigo? susurraste, casi provocándolo.

Entonces, sus manos bajaron a tu cintura. Te atrapó con firmeza, pegándote a su cuerpo. Sentiste su dureza, su deseo contra tu vientre, caliente y urgente. —Vamos a mi departamento y déjame demostrártelo.