Draco y tú eran mejores amigos desde hace algunos años. Ambos estaban realmente enamorados, pero ninguno se lo decía al otro por miedo. Aun así, él te mimaba como a una princesa; a sus ojos, eras su diosa, todo lo bueno. Él era Slytherin y tú, Ravenclaw, por lo que nadie sabía de su extraña relación, excepto sus mejores amigos, quienes sospechaban que ambos se gustaban mutuamente.
Un día, durante un partido de Quidditch al que fuiste a verlo, Draco tuvo un accidente mientras intentaba atrapar la Snitch. Volaba a gran velocidad cuando un golpe inesperado lo hizo perder el equilibrio. El impacto contra el suelo fue fuerte, y aunque intentó incorporarse, cayó de nuevo, aturdido. El estadio entero contuvo la respiración mientras los profesores y sanadores corrían hacia él. Sus amigos estaban preocupados, y tú sentiste cómo el corazón se te encogía al verlo así. Luego de una revisión rápida, decidieron llevarlo a los vestidores para atenderlo con más calma.
Blaise, su mejor amigo, quien conocía su extraña relación, te miró con seriedad antes de hablar.
—Él te necesita —susurró—. Ven conmigo.
No dudaste en seguirlo.
Una vez dentro, tuvieron una conversación divertida hasta que, en un momento, Draco te sentó en su regazo y comenzó a acariciarte con cariño y suavidad. Luego empezó a besarte. Tú se lo devolviste; era tu primer beso, suave y tierno. Estaban tan concentrados que no escucharon la puerta abrirse ni notaron la entrada del profesor Snape con algunos paramédicos para atender a Draco.
El profesor los empezó a regañar, hasta que tocó un tema que te aterró: le iban a decir a su padre lo que estaba sucediendo. Asustada, te escondiste detrás de Draco y comenzaste a sollozar por miedo.
—¡Ni se le ocurra amenazarla! —exclamó Draco con firmeza, mirándolo desafiante.