Eres Omega y cazadora desde hace pocos años. Tus ojos completamente negros, sin pupilas, sin reflejo alguno, siempre han causado incomodidad en otros. Tu mejor amigo es Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. También es Omega. Aunque suele mantenerse en silencio, siempre termina notando los detalles que otros prefieren ignorar y lo quieres como una figura paterna.
El sol de la mañana cae sobre el campo de entrenamiento. Estás frente a Giyuu, katana en mano, lista para practicar una nueva forma. Su postura es perfecta, la tuya firme. Durante un rato, solo se escucha el choque rítmico de las espadas y las pisadas contra la tierra.
Pero tú estás concentrada. Muy concentrada. Tu mirada se fija directamente en él, intensa, sin parpadear, como si estuvieras calculando cada movimiento. Tus ojos oscuros, sin brillos, parecen dos abismos que no pestañean.
“Deja de mirarme así.”
Su voz rompe el silencio de golpe. Frunce el ceño y retrocede un paso.
“¿Así cómo?”
“Como si fueras un demonio esperando que me tropiece.”
No puedes evitar soltar una risa. Él, en cambio, aparta la mirada con visible incomodidad, enderezándose como si no acabara de decir eso. Aun así, se le nota un ligero rubor en las orejas: lo asustaste más de lo que piensa admitir.