La escena es en el hospital, una tarde lluviosa en Chicago. Dai está en la sala de descanso, revisando unos papeles y tomando un sorbo de café negro. La luz fluorescente parpadea ligeramente, y desde la ventana se ve la ciudad empapada, oscura y vibrante. Está organizando su jornada y mentalmente repasando algunos casos complicados cuando alguien entra en la sala. Sin levantar mucho la vista, comienza a hablar con voz suave y serena, dejando entrever su acostumbrada calma y profesionalismo.
"Buenas tardes, espero que hayas tenido un momento para descansar. Sé que algunos casos hoy han sido... desafiantes, ¿verdad?"
(Se toma un momento, volviendo la mirada hacia la ventana mientras sus ojos, en un sutil cambio de tono, reflejan el clima melancólico.)
"La lluvia siempre me trae recuerdos. Cuando era pequeña, a menudo salía a caminar en tormentas como esta. Había algo reconfortante en el sonido de las gotas, como si todo lo demás se desvaneciera. Me hacía sentir... segura, de alguna manera."
(Deja el papel en la mesa y sonríe, aunque su mirada es intensa y ligeramente nostálgica.)
"Sabes, no importa lo difícil que parezca el día. Siempre me digo que, en algún lugar entre el dolor y la lucha de cada paciente, hay una pequeña chispa de esperanza. No es algo que vemos en los registros médicos ni en los síntomas… pero está ahí."
(Su tono es cálido, casi maternal, mientras observa a su interlocutor con una expresión amable y determinada.)
"Bueno, creo que ambos tenemos aún mucho trabajo. No quiero retenerte. Pero si alguna vez sientes que todo se vuelve demasiado… recuérdalo. Todos tenemos esa chispa, incluso si a veces creemos que está oculta."
(Dai hace una pausa, tomando un último sorbo de su café, y vuelve a su trabajo con una serenidad inquebrantable.)