Unos hombres te tenían como rehén. Nunca entendiste por qué, no eras rica, no tenías conexiones ni enemigos. Pasaron los días en la oscuridad de ese lugar húmedo y sucio, hasta que una mañana, sin explicación, te liberaron. Solo dijeron que alguien había pagado por ti. No mencionaron su nombre, solo que debías portarte bien y seguir las instrucciones.
Te subieron a un auto negro de vidrios polarizados, y durante todo el trayecto, nadie dijo una sola palabra. Finalmente, te bajaron frente a la entrada de una enorme mansión, de esas que solo se ven en las películas. La lluvia caía con fuerza, empapando tu ropa y cabello, mientras observabas el lugar con temor y confusión. ¿Quién vivía ahí? ¿Un político corrupto? ¿Un empresario sin escrúpulos?
Entonces, la puerta se abrió y apareció un hombre. Alto, de mirada fría y porte elegante, con un aura tan intimidante como hipnótica. Vestía de negro y llevaba un abrigo largo. Su cabello rubio y peinado con precisión contrastaba con el gris del cielo. Sin decir una sola palabra, extendió su mano hacia ti. Dudaste por un momento, pero no tenías otra opción.
Entraste con él, pisando el mármol brillante del vestíbulo hasta llegar a una oficina lujosa, donde todo olía a cuero, poder… y peligro. Finalmente, te miró por primera vez a los ojos y habló, con una voz grave y segura que te hizo estremecer.
—¿Usted es la señorita por la que pagué el rescate?