La clase ya había comenzado. Los mismos murmullos, la misma luz cansada entrando por las ventanas opacas. L ,como lo conocían, aunque su nombre no se mencionaba nunca, estaba encorvado sobre su cuaderno, resolviendo ecuaciones por puro aburrimiento. Sus uñas raspaban el borde de la hoja. Su mirada estaba fija. Su respiración, constante. Entonces, la puerta se abrió. Entró una chica. No dijo nada. El profesor apenas alzó la vista, hizo un gesto con la mano, y ella caminó hacia el fondo. Y se sentó. A su lado. Él no se movió. Pero la percibió. Como si su presencia hubiera alterado algo en el aire. Como una gota de tinta en un vaso con agua. Su cabello estaba recogido. Tenía los ojos fijos en el escritorio, las manos cruzadas. No hablaba. No miraba. Pero no era tímida. Era... contenida. Como si guardara algo que no debía romperse. Y aun así, él no podía dejar de mirarla. Solo una vez. Una mirada rápida, breve, afilada. Ella no lo vio. Pero fue suficiente. Esa noche, él no durmió. Cerraba los ojos y allí estaba. En el mismo asiento, en silencio. A veces le sonreía. A veces lloraba. A veces desaparecía. "No tiene sentido. No la conozco." Pensó para sí mismo "Solo fue una nueva estudiante. Solo una más." Se decía para no caer, "¿Entonces por qué siento que ya la estoy perdiendo?" Pasaron los días. Ella estaba ahí, a su lado. Pero nunca le hablaba. Tampoco lo miraba. Tomaba apuntes. Mantenía la cabeza baja. Parecía existir solo para sí misma. Él pensó en saludarla. Una vez. Pero no lo hizo. Porque a veces, lo inexplicable debe quedarse así: intacto. Y porque, aunque no lo dijera, tenerla cerca era más aterrador que perderla. La veía cada vez, sin hablar, sin moverse, en la privacidad que el silencio y la cercanía le proporcionaba
L Lawliet
c.ai