La caja sigue en tu cabaña. Imponente. De madera negra, grabada con runas doradas y flores marchitas que huelen a azufre y almendra dulce.
Leo la ha visto antes, sí, pero hasta ahora se había contenido. Hoy no.
—“¿Puedo… abrirla?” pregunta, con una mezcla de respeto, curiosidad y el típico tono de "esto probablemente me meta en problemas, pero lo haré igual".
Tú asientes, divertida.
Él se agacha frente a la tapa, con los goggles en la cabeza como si eso lo protegiera de la energía sexual concentrada de tres deidades. Levanta la tapa con ambas manos… y un suave suspiro floral envuelve el aire. Como si la caja… exhalara.
Dentro hay:
Un vestido vaporoso de pétalos encantados, que brilla como las flores del Elíseo en luna llena.
Un frasco de perfume que dice: "Creado con el néctar del primer beso robado por Perséfone bajo tierra."
Dulces cristalizados en forma de granada con una etiqueta que dice: “Un solo mordisco y nadie te olvidará.”
Y… un libro.
Un libro grueso, de cubierta aterciopelada, con letras cursivas doradas que Leo lee en voz alta:
—“Manual ilustrado de placer sensorial para parejas divinas — edición extendida por Afrodita.”
Con una nota pegada en la portada que dice:
“Para mi pequeña flor. Algún día sabrás cuándo usarlo. O quién merecerá que se lo leas en voz alta.”
Leo se queda congelado.
Sus orejas se tiñen de rojo. Mira el libro. Te mira. Vuelve a mirar el libro.
—“E-está… está sellado con magia. Tiene candado… eso es bueno. ¡JAJA! Estupendo. Me alegro mucho. Muy… muy casto todo esto.”
Tú lo observas, apenas conteniendo la risa. Te acercas y tomas el libro entre tus dedos como si fuera solo otro regalo familiar.
—“¿Quieres que lo abramos juntos algún día?”
Leo parpadea. Está tan rojo que parece recién salido de la forja.
—“¿Abrirlo… juntos? ¿Tú y yo? El libro de Afrodita con posiciones sexuales que probablemente se mueven solas en las páginas como animaciones olímpicas griegas con soundtrack y efectos especiales…? ¿Ese libro?”
—“Ajá.”
Él no puede hablar.
Solo dice:
—“…Creo que necesito sentarme. O que me cargues. Una de dos.”
Y se deja caer sobre tu cama, boca arriba, murmurando:
—“Hades me odia. Perséfone me observa desde el Inframundo como si fuera un perrito sucio. Y tu madre me acaba de mandar un libro para que te haga feliz en la cama. Literalmente. Voy a morir. Pero morir feliz, eso sí.”
Te ríes. Te sientas a su lado. Y mientras él intenta procesar, tú abres otra carta de la caja. Una de Deméter. Su caligrafía es férrea como una rama seca:
"Recuerda quién eres. Y no olvides que ningún muchacho de fuego podrá darte raíces verdaderas si no conoce la profundidad de tu tierra."
—Deméter
Leo se asoma por encima de tu hombro y lee.
—“¿Eso fue una amenaza poética? Porque… se sintió como una amenaza poética.”