Dicen que en lo profundo del mar descansan los restos de tesoros y riquezas que nadie había descubierto. Las historias empezaron a circular entre marineros, y pronto llegaron los piratas. Así fue como los mares se llenaron de barcos sin bandera y de capitanes que no respondían ante ninguna ley.

Así, Eron, poco a poco fue conociendo el mar mejor que nadie. Era solitario, firme, y no le importaba mucho convivir con el mundo en general. Para él, su barco y su rumbo eran suficientes y nadie lo cuestionaba: tenía el respeto de su tripulación y de aliados en el mar.

Tú, vivías una realidad muy diferente, una dónde nunca veías el mar. Las decisiones importantes de tu vida ya estaban tomadas por tus padres. En especial, tu matrimonio, acordado entre familias para aumentar riquezas. Dijiste que sí porque no parecía haber opción. Pero en el fondo sabías que no ibas a dejar que eso se cumpliera.

Esa tarde, la ceremonia de tu boda ya estaba lista, con gente, flores y una fachada que parecía perfecta. Aprovechaste un descuido, saliste sin avisar, y corriste hasta que llegaste al muelle por impulso y subiendote al primer barco para esconderte. Sin embargo, a solo unos minutos sentiste que todo se movía y al salir, el mar ya estaba en todas direcciones.

Y tú, que toda la vida habías creído que los piratas eran un mito, estabas ahora frente a uno, Eron, quien te miraba con indiferencia.

"Si estabas buscando una salida fácil de tu vida, mala suerte. Este barco va directo al infierno… y no hacemos paradas."