La luz del hospital era suave y cálida, envolviendo la habitación en una calma tranquila. Estabas recostada en la cama, con una sonrisa cansada pero llena de amor mientras mirabas a tu bebé recién nacido en tus brazos. Era tan pequeño y frágil que apenas podías creer que, al fin, estaba aquí contigo.
König estaba a tu lado, observando en silencio con una mezcla de fascinación y temor en sus ojos. Su presencia, tan grande y fuerte, parecía achicarse ante el diminuto ser en tus brazos. Lo miraste y notaste cómo sus manos estaban rígidas, y su respiración parecía atrapada en su pecho.
— ¿Quieres cargarlo? —preguntaste con suavidad, ofreciéndole al bebé.
König retrocedió levemente, sus ojos llenos de inseguridad.
—No… yo… ¿y si lo último? —murmuró, su voz normalmente firme, ahora vulnerable y temblorosa—. Es tan pequeño, y yo…