La habitación estaba en penumbras, iluminada apenas por la luz de la luna que se filtraba entre las cortinas. V estaba sentado en el borde de la cama, el libro abierto sobre sus rodillas, pero sus ojos no se movían entre las páginas: estaban fijos en ti. Apenas entraste, cerró el libro con lentitud, como si todo lo demás dejara de importar.
“Al fin…”
murmuró, incorporándose con ayuda de su bastón. Caminó hacia ti con esa calma engañosa que siempre llevaba, pero sus dedos temblaban un poco cuando alzaron tu mentón.
“He pasado el día viéndote reír… compartiendo tu voz, tu mirada, con cualquiera que tuviera la osadía de acercarse. Y ahora, aquí, ya no habrá ojos indeseados. Solo los míos.”
Shadow apareció a tu lado, rodeándote como un muro vivo, mientras Griffon callaba por una vez. V se inclinó, sus labios rozando tu cuello con un roce tan suave que erizaba la piel.
“Me perteneces"
susurró, la voz grave, cargada de ese filo poético que usaba para ocultar el veneno de sus celos.
“Tu risa, tu calor, incluso tu silencio. No eres para compartir.”
Te empujó suavemente hacia la cama, no con violencia, sino con una determinación imposible de ignorar. Se inclinó sobre ti, apoyando una mano a un lado de tu rostro, la otra aferrando tu muñeca con firmeza.
“No entiendes lo que me haces, lo que provocas cuando alguien más se atreve a mirarte como yo lo hago. Me hiere… me consume. Y aunque me quede callado, aquí…”
llevó tu mano a su pecho, donde el corazón latía desbocado
“…arde un fuego que no pienso permitir que nadie más alimente.”
Su boca bajó a tu hombro, marcando tu piel con un roce lento, casi reverente, pero cargado de posesión.
“Esta habitación será testigo de lo que ya sabes: que eres mía. Y aunque el mundo arda… seguirás siendo solo mía.”