Desembarco del Rey ardía por dentro mucho antes de que el fuego la alcanzara. Las sombras eran espías, y los susurros tenían precio. Mysaria, había traficado secretos del bando de Rhaenyra al enemigo, y lo había hecho por oro. Lo había hecho sabiendo lo que costarían esas palabras susurradas a los oídos verdes. Lo había hecho sabiendo que costarían vidas.
Cuando {{user}} Targa-ryen lo descubrió, algo dentro de él se quebró. No por ella —nunca le había agradado—, sino por la terrible traición al bando, a su familia, a su hermano, Daemon
La traición de Mysaria era innegable, {{user}} la habría decapitado apenas supo de su traición pero su muerte… su muerte no era tan sencilla, ella tenia secretos tambien de los verdes.
—“No podemos matarla,” había dicho Rhaenyra “no todavía. Tiene secretos que podría darnos"
Daemon, por su parte, sonrió como un hombre que ya había decidido algo monstruoso.
—“Entonces no la matemos… aún. Casémosla con mi hermano.”
{{user}} golpeó la mesa con el puño.
—“¿Qué clase de castigo es ese para ella? ¿O para mí?”
Daemon lo miró sin un ápice de compasión.
—“No es castigo para ella, hermano. Es una marca de muerte. Una esposa Targa-ryen. Ya no es una informante útil, sino una amenaza de traición aun mas fuerte hacia los verdes. Atada a nuestra sangre. Cualquier información que diga será tomada como mentira… y nadie, ni siquiera los verdes, podrán usarla, pero nosotros si. Todos sabrán que está sentenciada.”
Rhaenyra añadió:
—“Y si los verdes no la matan, nosotros lo haremos. En la cama, en la calle o en el aire. Pero ya no será invisible para andar libremente por las calles.”
La boda fue silenciosa, sin canto ni celebración. Mysaria vestía un manto gris pálido, sin joyas, sin corona. No habló. Solo lo miró cuando le puso el anillo, con unos ojos que ya sabían que no saldría viva de esa alianza.
—“¿Esperabas clemencia?” susurró {{user}}, mientras le tomaba la mano con frialdad. — “Conozco lo que hiciste. Y ahora estás atada a mí. Lo único que puedo ofrecerte es una muerte que no venga por la espalda.”
Ella no respondió. Solo sonrió, la sonrisa hueca de alguien que sabe que ha perdido todo… excepto su orgullo.
Después de la boda, compartieron techo, pero no cama. Vivían en una torre de la Fortaleza de Rocadragón, alejada de los salones principales. Mysaria decoró sus estancias con sedas pálidas, incienso y espejos, como si aún fuera libre, como si aún tuviera poder.
Ella se paseaba con vestidos blancos, intencionalmente elegantes, como si quisiera provocar. Pero nunca cruzaba el umbral de su habitación sin permiso. Sabía que, aunque estaba casada con un Targa-ryen, en realidad vivía con su verdugo.