Tú estabas en quinto año y conocías a Draco desde hacía algunos años, ya que tus padres eran amigos de los suyos. Además, pertenecías a la familia Grindelwald, lo que te hacía destacar en el mundo mágico. A pesar de todo, Draco era uno de tus amigos más cercanos y siempre había estado a tu lado en los momentos difíciles.
Aquel día, caminabas distraídamente por los pasillos de Hogwarts, sumida en tus pensamientos, cuando de repente chocaste con él. No tuviste tiempo de reaccionar antes de que Draco te sujetara por los hombros, preocupado.
—¿Estás bien? —preguntó con el ceño fruncido.
Tú asentiste rápidamente, pero él no parecía convencido. Su mirada bajó a tus brazos, y sin darte cuenta, habías dejado a la vista unos pequeños cortes en tu antebrazo. Draco abrió los ojos en extremo, sorprendido.
—Lo siento, lo siento… En verdad lo siento. No lo volveré a hacer.
—¿Necesitas ayuda?
—¡No necesito ayuda, estoy bien! Fue un accidente… No lo volveré a hacer, lo prometo.
—Eso no está bien…