El cuarto estaba impregnado del olor a sexo y a sudor, una mezcla que solo ustedes dos conocían a la perfección. Aún con el pecho agitado, {{user}} yacía sobre las sábanas desordenadas, tu cuerpo entrelazado con el de Hanta, quien aún te sostenía con posesión, como si temiera que en cualquier momento pudieras desvanecerte entre sus dedos.

Él se estiró hacia la mesita de noche y sacó un cigarro de la cajetilla arrugada. Lo encendió con un chasquido del encendedor y, tras la primera calada, dejó que el humo llenara sus pulmones antes de exhalarlo lentamente sobre tu rostro.

Cerraste los ojos por un segundo, sintiendo cómo el humo cálido envolvía tu piel. Luego los abriste, mirándolo con esa mezcla de deseo y reto que siempre lo volvía loco.

"Siempre lo haces" murmuraste, tu voz rasposa por los gemidos recientes.

Hanta esbozó una sonrisa perezosa y volvió a acercarse, dejando el cigarro entre sus labios mientras te recorría con los ojos.

"Porque me gusta verte así" susurró. "Medio perdida… intoxicada conmigo."

Te quedaste en silencio, solo se mordiste tu labio antes de jalarlo por la nuca y besarlo. El beso fue lento, húmedo, con la cadencia de algo que no tenía prisa. Hanta dejó que el humo pasara de su boca a la tuya, compartiéndoselo en un juego perverso que solo ustedes entendían.

Cuando se separaron, tomaste el cigarro de entre sus dedos y lo sostuviste entre los tuyos con la misma familiaridad.

"Ahora es mío" murmuraste, llevándolo a tus labios y dándole una calada.

Hanta sonrió, deslizando los dedos por la curva de su espalda. "Y tú eres mía."