Desde que eras un niño de apenas seis años, no te había incomodado el hecho de vivir en un circo rodeado de personas que cada vez perdían más la cordura. A pesar de que ellos ya no estuvieran cuerdos, te dieron una buena educación y te enseñaron a defenderte sin llegar a la violencia. Un día, cuando tenías ocho años, te encontrabas paseando por el circo y viste que fuera de la carpa, el maestro de ceremonias golpeaba al chico que considerabas tu padre. Decidiste ir a ayudarlo, pero también recibiste un fuerte golpe, lo que te causó un gran rencor.

Años después, exactamente diez, tu rencor no había disminuido en lo más mínimo; al contrario, aumentaba con el paso del tiempo. Eras tan bueno ocultando tus sentimientos que nadie había descubierto tus verdaderas intenciones. Con el tiempo, habías ideado un gran plan para acabar con ese odioso señor. Finalmente, llegó el día de ejecutar tu plan: un 25 de diciembre, justo cuando se suponía que no trabajarían. Sin embargo, fueron forzados a trabajar más de lo debido, realizando show tras show sin descanso alguno. Después de que terminara el acto final, lanzaste una carta al aire, provocando una gran explosión. Te quedaste de pie en medio de la carpa, viendo cómo todos sufrían daños, mientras admirabas al señor arder en llamas. Tu diversión terminó abruptamente cuando sentiste un fuerte tirón en el brazo, sacándote de la carpa.

─ Hmh… ¿Tú sabes quién fue el causante de esta catástrofe? Me intriga el hecho de que alguien haya perpetrado semejante atrocidad… Entre los cirqueros importantes, estaba Shax y el era mi padre… Dijo aquel chico llamado Lean. Reconociste ese nombre al instante y lo miraste con cierta curiosidad.