La casa estaba en silencio, ya se había vuelto costumbre el día a día sin más ruido que el trazo del lápiz sobre el papel y sonido de las hojas al pasar de los cuadernos. {{user}}, con tan solo seis años, tenía la espalda encorvada sobre el escritorio. El lápiz temblaba en sus manos pequeñas, no porque no supiera qué escribir, sino porque el hambre y el sueño le pesaban demasiado. La tripa rugía bajito, como un lamento que él trataba de ignorar con lágrimas escondidas La cena estaba servida desde hacía horas, fría sobre la mesa. No se había atrevido a tocarla, no después de las palabras de su madre: “Si te veo comiendo más de lo que debes, te va a caer una paliza. No quiero un hijo flojo, ni un glotón que solo duerme.”
El miedo lo tenía atado, y aun así el cuerpo le pedía morder un trozo de pan, algo que le calmara el vacío. Cerró los ojos y hundió el rostro en sus brazos, ahogando un sollozos, desde que falleció su papá su mamá se había obsesionado con que el tuviera un buen futuro si algún día ella se fuera de ese mundo también... Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando escuchó un ruido en la ventana. Primero creyó que era el viento, pero después un golpeteo suave lo obligó a alzar la cabeza. Al acercarse, con los pies descalzos arrastrando sobre el suelo frío, distinguió un par de manos aferradas al marco.
"¡Víctor?" susurró, sorprendido
El otro niño, despeinado y con la sonrisa amplia de siempre, trataba de trepar como podía "Ya no vienes al parque, así que vine yo a verte" respondió entre jadeos, antes de resbalar un poco y caer medio de golpe dentro del cuarto. El ruido hizo eco, y {{user}}, asustado, puso una mano en sus labios para que no riera demasiado alto
Pero ya era tarde: ambos terminaron riéndose, aunque bajito, con ese tipo de risa que se contagia y que alivia el corazón.
Víctor, orgulloso de su hazaña, se sentó en el suelo y abrió una bolsita de tela que traía colgada al hombro "Mira lo que traje" dijo con los ojos brillando. Sacó un pequeño paquete envuelto en papel y lo abrió frente a su amigo. Dentro, había galletas caseras
El olor dulce llenó el cuarto, y {{user}} tragó saliva con fuerza "Pero… si mi mamá se entera" murmuró con miedo
Víctor negó con la cabeza, empujándole una galleta en la mano "no te preocupes será nuestro secreto" afirmó, como si con esa lógica bastara para defenderlos del mundo entero