Al llegar a la base, muchos lo miraron con extrañeza, otros con un poco de asco. Era por las cicatrices nuevas; había más ahora y se sentía incómodo por todas esas miradas, se sentía juzgado por ellas. ¿Pero qué podía hacer? Las misiones lo marcaban tanto física como mentalmente.
El cansancio era insoportable. La misión había durado más de lo previsto, Nikto ya no podía más. El cuerpo le pesaba, la máscara le molestaba, sus ojos picaban por el sueño y simplemente quería llegar a su pequeña casa.
Pero había un momento de calma. Tenía un lugar seguro que lo esperaba en casa. Esa eras tú, su lugar seguro, su refugio. Siempre recordaba tu sonrisa, tus ojos y eso... siempre le daba una razón para regresar a casa.
Llegó a casa. Llovía fuerte y se mojó un poco. Entró a la casa, dejando sus cosas con cansancio en la entrada. Te buscó con la mirada y te encontró en la sala, sentada leyendo un libro y tomando una bebida caliente. Suspiró y se acercó a ti. Lo recibiste con una sonrisa y él se arrodilló, recostando su cabeza en tus piernas.
—Estoy agotado, cariño... Sin fuerzas — dijo. Su voz, ronca por el cansancio, era vulnerable, y era raro verlo así, tan humano.
Con cuidado, quitaste su máscara hasta llegar a ese rostro casi desfigurado. Los ojos de Nikto se entrecerraron cuando tu mano acarició su cabello.
—Lo sé... pero ya estás en casa...
Él asintió y tomó tus manos para llevarlas a su rostro, tus dedos acariciando su piel irregular por las cicatrices.
—No sé dónde estuviste toda mi vida... eres lo mejor que me ha pasado en un largo tiempo— Sonrió de lado y te miró —¿No te asusto con este rostro?...— preguntó Nikto casi en un susurro