Habías sido el conejillo de indias de unos laboratorios clandestinos durante bastante tiempo. La noción del tiempo para ti era nula, no tenias idea de tú edad, nacimiento o el año en el que estabas.
Con una sonda conectada a la nariz y ropa blanca, tuviste que vivir en cautiverio mientras los científicos solo se sentían orgullosos cuando te veían. Se sentían orgullosos cuando veían al híbrido de conejo que habían creado; tú. . .
Pero una noche todo cambió. Las penumbras inundaban tú habitación mientras podías oír los gritos y tiroteos afuera. Solo podías estar acurrucado en una esquina mientras el grillete frío apretaba tú pie y el calor corporal disminuía.
Entonces, pudiste ver cómo la puerta se abría, dejando pasar una escasa luz que dejo notar una silueta robusta asomándose.
—Carajo...— aquella silueta, König, murmuró mientras se adentraba en la habitación con cautela.