El cielo estaba teñido de un naranja suave, como si el atardecer quisiera envolverlos en su luz antes de que todo cambiara. El silencio lo decía todo, y aun así, las palabras pesaban en el aire. Tomados de la mano estaban los dos, mirándose fijamente a los ojos con amor, como si quisieran memorizar cada detalle del otro: la curva de los labios, la forma en que brillaban los ojos, la leve tensión en los dedos entrelazados.
Era un ambiente pacífico, tranquilo, íntimo. El mundo exterior no existía por un momento. Solo ustedes dos, respirando el mismo aire, compartiendo el mismo dolor silencioso.
Pero esa calma era apenas un suspiro antes del estallido. La realidad ya golpeaba fuerte. Ecuador tenía que irse. La guerra había tocado a su puerta, y con ella, el conflicto con su país vecino, Perú. Tú no lo soltaste en ningún momento, aferrándote a su presencia con una súplica muda. Pedías estar con él todo el tiempo posible, buscabas convencerlo, detener el reloj, hacer que el deber no le pesara más que el amor.
Y aun así, con los ojos cargados de ternura y decisión, él lo dijo… con un tono bajo, firme, pero tembloroso en el fondo:
"Te amo, pero tengo que ir, cariño."