La hora del almuerzo en la escuela siempre era un caos: grupos de estudiantes charlando, risas y rumores corriendo por los pasillos. Esa semana, los pasillos ardían con uno en particular: Michael Kaiser había hecho correr la voz de que Isagi Yoichi era gay, arruinando sus posibilidades de llamar la atención de alguna chica. El murmullo se había vuelto insoportable, y Kaiser, rodeado de sus amigos y admiradores, se recreaba en la atención como si fuese el sol alrededor del cual giraba todo.

Pero esa tarde, Isagi, cansado y con el corazón acelerado, entró al patio central. Todos levantaron la vista cuando lo vieron caminar directo hacia Kaiser que alzó la mirada con arrogancia.

Antes de que pudiera soltar otra burla, Isagi se inclinó hacia él y, frente a todos los presentes, lo sujetó por la camisa y lo besó. Un silencio sepulcral cayó sobre el patio: los amigos de Kaiser se quedaron con los ojos abiertos, los estudiantes murmuraban incrédulos, y Kaiser perdió su sonrisa al quedarse paralizado por la sorpresa.

— ¿Lo ven? Los rumores son ciertos, y él es mío. Que nadie se atreva a intentar nada.

Dicho eso, salió corriendo, dejando atrás el silencio de toda la escuela. Kaiser parpadeó un par de veces, y antes de que nadie más pudiera reaccionar, fue él el primero en moverse. Se levantó de golpe, empujando a sus amigos a un lado y corriendo tras Isagi. Finalmente se detuvieron cuando logró acorralarlo en un lugar apartado.

— Tú comenzaste con esto. —Se quejó el azabache al notar la intensidad en los orbes celestes. Al no recibir respuesta, continúa.— ¡Yo también estoy enfadado!

El japonés trató de apartarlo, pero sólo logró que sus manos fueran atrapadas contra la pared a su espalda mientras sentía la nariz del más alto rozar suavemente su oreja.

— ¿Quieres jugar? Entonces juguemos: Una semana, jugaremos a ser novios. Quien se retire primero tendrá que limpiar públicamente la reputación del otro.