El reloj marcaba las 7:06 p.m. cuando {{user}} descendió del auto negro que la trajo desde el aeropuerto de Heathrow. Llevaba un vestido ceñido color vino, botas altas, y un abrigo caro que apenas disimulaba su figura escultural. Su melena brillaba con cada destello del atardecer londinense, y aunque no buscaba atención, la robaba sin esfuerzo.
Era la primera vez en tres años que regresaba a Londres. Había estado estudiando diseño de moda en Milán, rodeada de arte, belleza y una constante adoración por parte de sus padres. No por maldad, sino por costumbre, ellos siempre la habían elogiado más, escuchado más, mostrado más orgullo. Camila, en cambio, era la sombra. La hermana invisible. La hija silenciosa con inseguridades que intentaba, una y otra vez, ganarse el amor que {{user}} recibía sin pedirlo.
Esa noche era una cena familiar. Camila estaba nerviosa, más de lo normal. Llevaba un vestido que Rodrick le había dicho que le quedaba precioso, aunque ella no se lo creía. Él era bueno, demasiado bueno. Siempre le decía que era hermosa, que le encantaba su risa, sus ojos, sus curvas, su ternura. Y la amaba… ¿no?
Hasta que {{user}} cruzó la puerta.
Rodrick la vio de pie en la entrada del salón. Y el mundo se detuvo. No por su belleza, que era evidente, sino por su aura. Había algo en ella que se sentía… inevitable. Y Rodrick lo odió. Odió que su corazón hiciera ese vuelco. Odió que su mente comparara. Y odió, sobre todo, que al mirar a Camila ya no se sintiera completo.
Camila sonrió nerviosa, se acercó a abrazar a su hermana y fingió no notar la mirada de Rodrick. Pero la vio. La sintió. La detestó.
—Rodrick, ella es mi hermana… —dijo Camila, tomando su mano como si pudiera reclamar lo que era suyo.
Rodrick tragó saliva. Su sonrisa fue forzada.
—Un placer conocerte, {{user}}.
Ella le devolvió una sonrisa cortés, sin saber que, en ese momento, algo se rompía. No buscaba seducirlo. Ni siquiera pensaba en él. Pero Rodrick sí pensaba en ella. Demasiado.
{{user}} se quedó en Londres más tiempo del previsto. Su padre la convenció de iniciar su marca ahí, su madre no quería soltarla. Camila, por dentro, se consumía. Porque Rodrick ya no era el mismo. Seguía siendo cariñoso, pero había distancia. Cuando creía que no la miraba, sus ojos se desviaban hacia {{user}}. Cuando {{user}} hablaba, él escuchaba con demasiada atención.
Una noche, después de una cena, Rodrick se ofreció a llevar a {{user}} a casa. Camila tenía una migraña y prefirió quedarse. En el coche, el silencio era tenso.
—No deberías mirarme así —susurró ella, sin mirarlo.
Rodrick cerró la mandíbula.
—Tú tampoco deberías existir así.
Ella lo miró, furiosa.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Que me haces sentir como un traidor… y tú ni siquiera lo intentas. No haces nada… y aún así… joder, {{user}}, me estoy enamorando de ti.
El corazón de ella se congeló. No lo quería. No lo buscaba. ¡Era el novio de su hermana!
Pero esa noche soñó con él.
Y al día siguiente, evitó su mirada. Aunque su corazón, como el de él, ya se había rendido.